Bajo la sombra del Vesubio - Vida de Plinio

Bajo la sombra del Vesubio - Vida de Plinio

von: Daisy Dunn

Ediciones Siruela, 2021

ISBN: 9788418708718 , 344 Seiten

Format: ePUB

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Bajo la sombra del Vesubio - Vida de Plinio


 

Prólogo
Más oscuro que la noche

Afortunados me parecen los hombres a los que los dioses han concedido el don de hacer aquellas cosas que merecen ponerse por escrito y escribir aquellas que merecen ser leídas, y muy afortunados los que pueden hacer tanto lo uno como lo otro. Por medio de sus obras y de través de las tuyas, mi tío será uno de ellos.

 

Plinio el Joven a Tácito, Cartas, 6.16

 

 

La crisis comenzó a primera hora de una tarde en la que Plinio el Joven contaba diecisiete años, cuando se hallaba en compañía de su madre y de su tío en una villa con vistas a la bahía de Nápoles. Su madre fue la primera que se fijó en «una nube extraña y enorme» que empezaba a formarse a lo lejos en el cielo. Plinio dijo que parecía un pino piñonero, «pues se alzaba como sobre una especie de tronco alargado y se extendía en forma de ramas». Pero también recordaba a una seta: tan leve como espuma de mar, de un blanco que, poco a poco, iba ensuciándose, se elevaba sobre un tallo mortal en potencia.1 Se hallaban demasiado lejos como para saber con exactitud de qué montaña salía la nube en forma de seta, pero Plinio descubriría después que se trataba del Vesubio, situado a unos treinta kilómetros de Miseno, el lugar desde donde él y su madre, Plinia, la observaban.

El cabo de Miseno era famoso por sus erizos de mar, y aún más por su puerto, que albergaba una de las dos flotas imperiales de Roma.2 Su nombre conservaba el recuerdo de Miseno, el trompetero de Eneas que luchó junto a Héctor en la guerra de Troya y logró escapar de la ciudadela en llamas y, a pesar de ello, encontró «una muerte que no merecía». «En su insensatez, hizo sonar una caracola marina en medio de las olas y llamó a los dioses para celebrar una competición de canto», relataba Virgilio.3 Tritón, que era hijo del dios del mar Neptuno, envidioso de Miseno, lo ahogó. Mientras reunía leña para la pira funeraria de Miseno, en la región volcánica de Cumas, Eneas descubrió la rama dorada que le daría acceso al Hades.

Plinio el Viejo, tío de Plinio por parte de madre, era almirante de la flota y responsable del mantenimiento y la reparación de unas naves que servían, en su mayor parte, «para proteger» las aguas itálicas.4 Aquella mañana se había levantado temprano, como era su costumbre, había tomado un baño y había desayunado, y estaba trabajando cuando, hacia el mediodía, su hermana fue a contarle lo que había visto. Tras abandonar su lectura y pedir su calzado, se dirigió a un punto de observación más alto para así tener una vista mejor.

Además de almirante, Plinio el Viejo era historiador y naturalista. Hacía poco que había acabado de escribir su enciclopedia de historia natural en treinta y siete volúmenes, donde dedicaba varios pasajes a los volcanes del mundo. Allí había descrito el monte Etna de Sicilia, resplandeciendo en medio de la noche «y cubriendo de hielo las cenizas» que expulsaba mientras la nieve caía sobre su superficie.5 Había descrito también el volcán Cofanto de la Bactriana, al norte del Hindú Kush, y el monte Quimera de Licia (al sur de Turquía), donde se decía que la lluvia alimentaba el fuego y, en cambio, la tierra y el estiércol lo extinguían. Y había escrito acerca de un cráter de Babilonia que lanzaba llamas sin cesar, y de volcanes de Persia, Etiopía y las islas Eolias. Pero no del Vesubio. En la Historia natural, el Vesubio no era más que un monte cubierto de viñas, regado por el Sarno y visible desde Pompeya.6 En caso de que Plinio el Viejo supiera que se trataba de un volcán, debía de creerlo extinguido.

Daba la impresión de que la región de Campania era demasiado verde y demasiado húmeda como para arder, con «llanuras tan fértiles, montañas tan soleadas, prados tan seguros, bosques tan ricos en sombra, tierras tan abundantes en viñas y olivos, vellones de lana tan hermosos, toros de cuellos tan magníficos y tantos lagos, ríos y manantiales, y tantos mares y puertos que el seno de sus tierras se abre al comercio de todas partes y penetra en el mar con el mayor entusiasmo para ayudar a los hombres».7 «La dichosa Campania» era para Plinio el Viejo el lugar en el que la naturaleza había reunido todos sus dones.

Las viñas eran especialmente famosas. Un antiguo fresco de la región muestra a Baco, el dios del vino, con un hermoso vestido de uvas mientras examina los viñedos de la ladera baja de una montaña que con toda probabilidad es el Vesubio. Una enorme serpiente, el «buen espíritu» de las viñas, aparece representada al fondo de la pintura. Atando aquellas largas vides en escaleras para descolgarse con ellas hasta una planicie al pie de la ladera del Vesubio, Espartaco y sus hombres habían logrado llevar a cabo un ataque sorpresa contra los romanos, obligarlos a retirarse y apoderarse de su campamento durante la rebelión del año 73 a. C.8 Casi un siglo después de la derrota de Espartaco, el geógrafo griego Estrabón se fijó en la presencia de unas piedras ennegrecidas casi llegando a la cumbre del monte y sugirió que las cenizas del fuego, «una vez extinguido», habían contribuido a fertilizar la tierra, como en el monte Etna.9 Sin embargo, si la lava fue la causa del éxito de los viñedos del Vesubio, no había indicios de que el volcán no se hubiera extinguido para siempre. El Vesubio había entrado en erupción por primera vez unos 23.000 años antes y llevaba ya dormido alrededor de setecientos —dormido, pero tan vivo como las tierras cultivadas que lo envolvían—.10 Igual que una serpiente, solo estaba mudando de piel.*

El proceso había comenzado tal vez dos horas antes de que la madre de Plinio lo advirtiera. Una erupción relativamente pequeña había presagiado la mayor, que había formado la nube.11 El árbol fue haciéndose cada vez más alto mientras era expulsado por el volcán y succionado hacia el cielo por convección.12 Al alcanzar el pico, podría tener una altura de treinta y tres kilómetros.13 Plinio el Viejo llegó a la conclusión de que aquel fenómeno merecía una investigación más profunda. Y, después de tomar nota de todo lo que pudo desde su lugar de observación, decidió abandonar Miseno para acercarse más a la fuente de dicho fenómeno. A primera hora de la mañana ya le había dado a su sobrino tareas de escritorio. Cuando ahora le preguntó si quería acompañarlo, Plinio le respondió que no; insistió en que prefería quedarse trabajando con su madre. Y entonces Plinio el Viejo se marchó sin él. Ordenó que le preparasen un barco, y estaba saliendo de la villa cuando le llegó una carta de su amiga Rectina, que vivía a los pies del Vesubio. Aterrorizada, esta le suplicaba ayuda, pues «ya no había huida posible salvo en barco». Fue entonces —recordaba Plinio— cuando su tío «cambió de planes y puso todo su empeño en lo que había comenzado como una curiosidad intelectual».14 El almirante Plinio tenía toda la flota a su disposición e hizo zarpar a los cuatrirremes —unos barcos grandes, pero sorprendentemente rápidos, provistos de dos filas de remeros con dos hombres por cada remo— para socorrer no solo a Rectina, sino a todos los habitantes de aquella poblada costa que fuera posible rescatar.

Durante varias horas, la flota mantuvo el rumbo atravesando la bahía de Nápoles. Pese a avanzar en la misma dirección de la que otros iban huyendo, se dijo que el tío de Plinio mostró tal templanza que no dejó de «describir y tomar nota de cada movimiento y cada forma que adoptaba aquella cosa maligna conforme iba apareciendo ante sus ojos».15 A la vista de cualquiera de los marineros que lograron sobrevivir y contaron la historia del coraje de su almirante, la posibilidad de volver a tierra sanos y salvos debía de parecer cada vez más remota a medida que navegaban. Primero llovieron cenizas sobre ellos; luego llovió piedra pómez; más adelante, incluso «rocas negras quemadas y rotas por el fuego». Y no fue una granizada fugaz. Se dijo que la lluvia blanca y grisácea de piedra pómez se prolongó durante dieciocho horas.16 Caía a un ritmo medio de 40.000 metros cúbicos por segundo.17 Cuando los cuatrirremes avistaron la costa, la piedra pómez ya había formado masas en forma de islas en el mar que obstaculizaban su paso. A pesar de ello, cuando el timonel aconsejó darse la vuelta, Plinio el Viejo se negó en redondo. «La Fortuna ayuda a los valientes», dijo.

Aunque la piedra pómez les impedía llegar hasta Rectina, decidieron ayudar en la medida de lo posible. Estabia, una ciudad portuaria al sur de Pompeya, se hallaba a unos dieciséis kilómetros del Vesubio. Una imagen contemporánea revela que el puerto de la ciudad contó con largos y elegantes promontorios, balaustradas entrecruzadas, frontones color de arena y columnas imponentes coronadas por esculturas humanas.18 Cuando la flota llegó, las columnas serían ya meras sombras, con la noche cayendo sobre la bahía.

Bajo la lluvia incesante de ceniza y piedra pómez, Plinio el Viejo fue en busca de un amigo, Pomponiano, que ya había cargado sus pertenencias a bordo de un barco, «preparado para huir tan pronto como dejara de soplar el viento en contra». Plinio el Viejo lo abrazó y pidió darse un baño antes de unirse a él para la cena. «O estaba verdaderamente sereno o, al menos, mostraba un semblante de serenidad que requería el mismo coraje», reflexionaba Plinio después.19 Mientras su...