Cómo ser el mejor amigo de su perro - El manual de adiestramiento clásico para los propietarios de perro

Cómo ser el mejor amigo de su perro - El manual de adiestramiento clásico para los propietarios de perro

von: Monks of New Skete

Paidotribo S.L., 2019

ISBN: 9788499109329 , 384 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 14,99 EUR

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Cómo ser el mejor amigo de su perro - El manual de adiestramiento clásico para los propietarios de perro


 

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Mitos, chuchos y monjes

Quizá al lector le parezca raro encontrar un libro que relaciona monjes y perros. Bueno, ambos existen desde hace mucho tiempo. Pero tenemos que reconocer que por muchos siglos los perros ganan a los monjes, ya que según algunas leyendas son incluso anteriores a la humanidad.

Las leyendas de los indios americanos aportan los ejemplos más cercanos. Para los indios kato de California, el dios Nagaicho, el Gran Viajero, llevaba a su perro con él cuando vagaba por el mundo creando, compartiendo su gusto por la bondad y la variedad de sus criaturas con su pequeño perro. Para los shawnee de Algonquin, que habitaron la parte superior del estado de Nueva York, donde se encuentra nuestro monasterio, la creación fue obra de Kukumthena, la Abuela, y ella también iba acompañada de su pequeño perro (también la acompañaba su nieto). En esta leyenda, la creación está perpetuada justamente por este chucho, ya que cada día Kukumthena teje un gran cesto, y cuando lo termine, el mundo acabará. Por suerte para nosotros, cada noche el perro deshace el trabajo que ella ha hecho durante el día. A los que hemos perdido trozos de alfombra, ropa o muebles a causa de la destreza oral de un perro tal vez no nos convenza atribuirle un uso positivo como el de impedir el fin del mundo. Sin embargo, esta leyenda dice mucho acerca de la interrelación entre perros y humanos.

El lugar de los perros en la mitología no se limita a las culturas indígenas de Norteamérica, sino que parece ser universal. La literatura grecoromana, por ejemplo, presenta a los perros en diferentes papeles. Piense en los perros de Hécate, los perros de caza de Diana, y en Cerbero, el guardián de Hades. Mucho más conocida es la historia de Argos, el fiel perro de Ulises, contada por Homero en La Odisea. Está ambientada en el contexto del retorno de Ulises a casa tras una ausencia de veinte años: diez años luchando en Troya, y los diez siguientes intentando volver con su mujer y su hijo. A lo largo de los años, todos llegan a creer que Ulises murió en la guerra, pero su mujer, Penélope, continúa rechazando ofertas amorosas de varios pretendientes ya que cree que volverá a ver a su marido. La ironía de la historia es que cuando al fin Ulises llega a casa con apariencia de mendigo, ni su mujer ni su fiel sirviente lo reconocen, el único que lo reconoce es su viejo perro, Argos, que ha estado esperando fielmente a que volviera su amo.

También está Asclepio, el dios de la medicina, que cuando era bebé se salvó porque fue amamantado por una perra. Por supuesto, igual que Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma (en el sentido más amplio). Los perros egipcios están representados en murales antiguos, y muchos perros también han llegado intactos a nuestros días en forma de momias. La mitología persa presenta un perro en la historia de la creación. Las civilizaciones azteca y maya también incluyen uno. En las leyendas que se han transmitido tanto en la tradición oral como en la literaria, distintas tribus de África, los maoríes de Nueva Zelanda y otras culturas de la Polinesia, junto con las venerables fes hinduista y budista, han encontrado algún lugar clave para un perro.

En la literatura zen abundan historias sobre perros ya que en muchos monasterios zen hay perros, normalmente fuera de sus puertas. El principio koan “mu” se utiliza para promover la iluminación e implica una pregunta paradójica sobre si un perro tiene o no la naturaleza de Buda. En otra historia, un monje queda atrapado en la ironía de “ver quién es el mejor” con un perro:

Una vez un monje zen, equipado con su bolsa para recoger ofrendas, visitó a un cabeza de familia para pedirle arroz. En el camino, un perro mordió al monje. El padre de familia le planteó esta pregunta:

“Se dice que ningún mal se atrevería nunca a atacar a un dragón, ni siquiera si se pusiera ropa por encima. Usted va envuelto en ropas de monje e incluso así un perro lo ha lastimado: ¿Por qué?”.

No se menciona la respuesta del monje mendigo.

Y en otra, una continuación de la historia anterior, la naturaleza impredecible de algunos perros se equipara con la misma realidad:

Mientras se cura la herida, el monje se dirige a su maestro, que le formula otra pregunta.

Maestro: “Todos los seres están dotados de la naturaleza de Buda: ¿esto es realmente así?”.

Monje: “Sí”.

Entonces señala un dibujo de un perro que hay en la pared, y el viejo sabio pregunta: “¿Esto también está dotado de la naturaleza de Buda?”.

El monje no supo qué decir.

Con lo cual contestó la pregunta por él: “¡Vigila, el perro muerde!”.*

No deberíamos desmerecer la herencia judeocristiana que muchos de nosotros compartimos. Aunque, de hecho, por razones que no podemos tratar aquí, la Biblia sólo menciona a los perros de manera ocasional, por ejemplo, en los Evangelios: “los perros lamen las heridas de Lázaro” o “incluso a los perros les dan migajas”. Sin embargo, el perro aparece de nuevo en otra literatura religiosa, a veces como símbolo de lealtad, a veces como un pequeño detalle que da un toque cariñoso y humano a la historia de la vida de un santo. Tal vez el ejemplo más claro de esta penetración de las creencias populares en la tradición eclesiástica es la historia de san Cristóbal. Mucha gente se sorprende de la forma en que se representa en el arte de las iglesias orientales. El menaion, o calendario litúrgico, incluye una breve explicación de la vida de cada santo. Gracias a este libro sabemos que Cristóbal era descendiente de los cinocéfalos, una raza legendaria de gigantes con cuerpo humano y cabeza de perro, por lo que se representa como tal en las imágenes. Tiene cabeza de perro; de no ser por esto, es la imagen convencional de un mártir, incluso por la cruz en la mano. Se convirtió y se bautizó milagrosamente y se le dio el nombre de Cristóbal, que significa “mensajero de Cristo”.

Muchos santos de la tradición ortodoxa se denominan mensajeros de Dios o mensajeros de Cristo, un título benéfico que significa que estos santos tienen cualidades divinas en su interior, y las manifiestan en sus vidas cotidianas. En Occidente, en el caso de Cristóbal el título se tomó literalmente, y después se desarrolló la leyenda en la que el hombre (todavía un gigante poco atractivo) llevó al niño Jesús en brazos para cruzar un riachuelo inundado y se transformó en una bestia hermosa. En la tradición de Oriente Medio, viajó a Siria para intentar que un rey pagano malvado, de nombre Dagón, viera la luz. El rey no se dejó impresionar, ni siquiera por un mensajero tan formidable como un hombre con cara de perro, sino que aprisionó a Cristóbal y durante su martirio (se le aplicó la primera silla caliente registrada: Dagón ordenó que lo encadenaran a un trono de hierro y luego encendieron una hoguera debajo, tan caliente, según está documentado, que tanto las cadenas como la silla se derritieron) se transformó y recibió la cara de hombre.

Cuando se representa en la iconografía, san Cristóbal tiene la cabeza de perro. Luego se convirtió en una bestia hermosa.

Existe una historia, tal vez todavía se cuenta en Rumanía, de donde se cree que es originaria, que es un relato encantador sobre cómo fue creado el perro.* Parece que san Pedro estaba dando un paseo con Dios en el cielo, cuando apareció un perro. “¿Qué es eso?”, preguntó san Pedro. Dios le explicó que era un perro y añadió: “¿Quieres saber por qué lo creé?”. Como era natural Pedro lo quiso saber. “Bien, sabes los problemas que mi hermano, el Demonio, me ha ocasionado…, me hizo sacar a Adán y Eva del paraíso. Los pobres casi se mueren de hambre, así que les di ovejas para que pudieran obtener carne y lana cálida para vestirse. ¡Y ahora ese tipo crea un lobo para hostigar a las ovejas! Así que he hecho un perro. Sabe cómo alejar al lobo y guardará los rebaños y las posesiones del hombre.”

Históricamente, dos grupos de monjes han sido responsables de reproducir y adiestrar perros. Hace más de dos siglos que los canónigos de san Agustín (técnicamente no son monjes, sino miembros de una orden religiosa) crían san bernardos en su hospicio de los Alpes suizos. Todavía los perros se crían ahí, aunque ya no realicen los tan conocidos rescates de viajeros perdidos en la montaña; aviones y motos de nieve han mermado la necesidad de tener perros con esta habilidad. Pero ocasionalmente, los canónigos y sus perros todavía salen en alguna batida. El famoso barrilete de...