Morir de miedo

Morir de miedo

von: Varios autores, Mauro Armiño

Ediciones Siruela, 2019

ISBN: 9788417996253 , 412 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 10,99 EUR

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Morir de miedo


 

Prólogo

Lo maravilloso, lo extraño, lo fantástico

 

Definir lo fantástico se ha convertido en tarea imposible desde que el término se impuso hace algo más de siglo y medio aplicado a la literatura. Las numerosas definiciones que de ello se han dado no han hecho otra cosa que difuminar un objeto ya de por sí vago y heterogéneo, de lindes poco delimitadas, debido a la amplitud de su campo, por un lado; por otro, a su popularidad, que impulsa a buena parte de la crítica a considerarlo una obra de entretenimiento demasiado simple, un género menor, sin personajes de los que puedan desprenderse complejos análisis psicológicos o situaciones que ayuden a revelar un estado social concreto: desde los vampiros, que aparecen en Europa en la obra de Dom Calmet1, pese a que niegue su existencia, hasta los zombis de la bit-lit (literatura del «mordisco»), toda una serie de obras y protagonistas de este género literario parece desterrada de la alta literatura, cuando no se encasilla como materia propia de un pasado con dos siglos o más de auge y caída, como si lo fantástico estuviera superado y no tuviera nada que ver con el hombre de hoy ni nada que ofrecerle; ante las explicaciones que la ciencia daba de la realidad, lo fantástico y lo misterioso habían entrado, a finales del siglo XIX, en vía muerta según Maupassant, que ya anunciaba en dos artículos: «Adiós, misterios» (1881) y «Lo fantástico» (1883), su desaparición ante los avances científicos, que no habían de tardar en explicar lo inexplicable (eso se esperaba): «Lentamente, desde hace veinte años, lo sobrenatural ha salido de nuestras almas. Se ha evaporado como se evapora un perfume cuando la botella se destapa. Si llevamos el orificio a la nariz y aspiramos mucho, mucho tiempo, apenas se encuentra un ligero aroma. Eso se acabó». Lo mismo afirma tres años más tarde Villiers de l’Isle Adam: «Lo fantástico es cosa pasada», en su novela La Eva futura (1886), considerada precisamente como una de las primeras narraciones de la ciencia ficción.

El destierro de lo fantástico de la alta literatura parece olvidar que lo sobrenatural y lo extraño han producido obras maestras, desde El Horla de Maupassant (1886-1887) a The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca, 1898) de Henry James, o La metamorfosis, por más que una parte de la crítica le niegue esa cualidad a la breve novela de Kafka, porque dicha calificación limitaría de hecho su dimensión narrativa. Curiosamente, además, a pesar de tal desdén, y frente a las barreras que parecen condenar a la alta literatura a no salir de su ámbito estricto, lo fantástico ha ensanchado sus dominios e invadido de manera profusa, hasta el exceso incluso, otras artes, en especial las de la imagen, como las plásticas —pintura, cómics, videojuegos—, la música o el cine. También parece olvidarse que, además de sus productos literarios, esas otras artes, y en especial la más popular, el cine, han tomado con fuerza el relevo y han gozado de más predicamento durante el pasado siglo que cualquier otra temática; por no hablar de su capacidad para constituir por sí mismo nuevos géneros (subgéneros, si se quiere) como la ciencia ficción.

 

 

Sentidos y significación divergentes

 

El Diccionario de la Lengua Española continúa definiendo fantástico como algo «quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste solo en la imaginación»; en esa primera acepción parece traducir de manera aproximada la definición que ofrece el diccionario francés Littré de 1863: fenómeno complejo «que tiene que ver con la imaginación y más bien con el exceso de esa facultad. Lo fantastique se opone a la lógica». Es este diccionario el que inaugura la acepción que, según Steinmetz2, aquí nos interesa; es decir, la aplicada a definir fantastique como elemento literario y como sustantivo que nombra cierta categoría literaria: «1. Que solo existe por la imaginación; 2. que no tiene más que la apariencia de un ser corporal».

El adjetivo fantastique había aparecido antes en Francia, referido a Hoffmann, en el texto de un periodista (agosto de 1828), y vuelve a ser utilizado al año siguiente a la hora de trasladar, de forma más o menos acertada, el título del escritor alemán: Fantasiestücke in Callots Manier (Fantasías a la manera de Callot) (1814-1815); en traducción literal debería ser «trozos de fantasía a la manera de Callot», pero François-Adolphe Loève-Veimars (1801-1854), autor de una traducción no demasiado fiel ni completa titulada Cuentos fantásticos (veinte volúmenes, 1829-1833), añade a su prólogo un artículo del escocés Walter Scott (1771-1832), defensor de lo maravilloso en su vertiente historicista, la plantilla sobre la que están escritas sus famosas novelas: «Sobre Hoffmann y las composiciones fantásticas», donde fantásticas traslada el término supernatural escrito por el novelista escocés para arremeter contra la desbocada imaginación de Hoffmann: «La predilección de los alemanes por las cosas misteriosas les ha hecho inventar un género de composición que, probablemente, no habría podido ver la luz en otro país o en otra lengua. Se le puede llamar género fantástico [supernatural], en cuyo seno una imaginación liberada de toda regla se entrega a la libertad más incontrolada y más desenfrenada». Para Scott, lo fantástico equivale a grotesco, extravagante, algo que se debe rechazar por ajeno al ser humano.

Las capitales con que está escrito ese adjetivo en la traslación francesa convierten desde ese momento a Hoffmann en padre de un género... condenado por Walter Scott, y contrario a lo que el propio Hoffmann pensaba estar haciendo: nunca se le pasó por la cabeza utilizar fantástico para definir sus cuentos, ni los reunió bajo ese epígrafe en ninguno de sus volúmenes. El resultado de la paradoja hace de ese calificativo la expresión idónea para cuentos de hadas, de aparecidos y de hechos sobrenaturales, como termina por recoger el Littré. Hasta Charles Nodier (1780-1844), el primero en considerar de forma pertinente el concepto, pese a admitir muchas generalidades y a tener motivos para apreciar la diferencia entre lo maravilloso y lo fantástico, incluye en lo fantástico ambos adjetivos antes de que se establezcan fronteras claras del género; no será la única asimilación de lo fantástico a otros textos que solo mantienen con ello algún punto en común, desde la literatura policial a la ciencia ficción.

Renacido casi «sin querer» y con un error en la adaptación del término, fantastique tuvo buena fortuna e hizo camino a lo largo del siglo XIX, recogiendo bajo su patrocinio todas las formas literarias que escapaban de la intelección inmediata de lo real, pero variando de significación a lo largo de los casi dos siglos siguientes; ni siquiera es unánime esa significación en las distintas lenguas: de ahí las divergencias en algunas interpretaciones. En inglés, fantasy alude, con cierto matiz peyorativo, a la imaginación y a los textos influidos por ella; su evolución lo ha llevado al punto de designar desde mediados del siglo XX un subgénero, la heroic fantasy —fantasía heroica, fantasía épica—, que tiene a su vez otros subgéneros como sword and sorcery («espada y brujería») donde lo maravilloso interviene con componentes mágicos y épicos, de ambiente y tramas medievales a menudo, magos, talismanes y guerreros, hasta llegar a un tipo de ciencia o historia ficción cuyo ejemplo más popular es El Señor de los Anillos (1954-1955), de J. R. R. Tolkien, a quien habían precedido en ese camino de fantasía William Morris (su poema épico Historia de Sigur el volsungo y la caída de los Nibelungos, 1876), Erick R. Edison (La serpiente Uróboros, 1922), Robert E. Warren (Conan el bárbaro, 1932), etcétera.

En cambio, en alemán Fantasie, aunque sigue indicando un producto de la imaginación, tiene la connotación de capricho lúgubre, tétrico, que produce en el lector una inquietud turbadora y una amenaza al mismo tiempo: algo que provoca angustia y da miedo, que ha de ser hostil tanto para el personaje como para el lector. En este caso sí es Hoffmann —al que tanto Nodier como Gautier y Maupassant citan constantemente— quien da lugar al género con sus Fantasías a la manera de Callot, en las que homenajea el ingenio extravagante de ese grabador francés; la mezcla de dos mundos extraños que se comunican entre sí, de lo vivido y lo imaginado, da lugar en el narrador alemán a un «realismo fantástico» en el que la realidad puede verse intervenida por seres salidos del folclore, magos, trasgos, brujas y aparecidos; su interés estriba en que esas figuras grotescas son resultado de puntos de vista y perspectivas tanto sociales como morales. La obra —dibujos, grabados— de Jacques Callot (1592-1635) influyó considerablemente en su época, gracias de manera especial a sus aguafuertes sobre escenas bélicas, en las que subraya los estragos de la guerra de los Treinta Años (Miserias de la guerra), sobre ferias populares, personajes grotescos, suplicios y caprichos.

Incluso si debe datarse el inicio de lo «fantástico» en el siglo XVIII, hay características que tienen un pasado, según Nodier: «La literatura fantástica surge, como el sueño de un moribundo, en medio de las ruinas del paganismo, en los escritos de los...